La luz ha dejado de brillar
tizne de gris tus ojos suplicantes.
Lloran -ahora- lágrimas tus ojos exagües
dejando grietas en tus tristes mejillas,
mas tu mirada como hiriente daga,
se vuelca oscura a su tierna esencia
y transforma en sepia tu rostro de papel.
Todo resbala de su lugar,
se requiebra, mas sigue quieto,
sólo los tenues hilos, que unían
y formaban antes el Castillo rodante,
se rompen.
Nada cambia, sólo sangra.
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